NOTAS SOBRE LOS ABORÍGENES AUSTRALIANOS
Se dice que los aborígenes australianos
constituyen la sociedad con la historia más larga del mundo, con unos
orígenes que datan de la época glaciar. Los primeros restos conocidos se
remontan a 70.000 años atrás y el llamado “Gracile”, con 50.000 años, se
considera el antepasado directo de los actuales aborígenes. Fueron los pioneros
en enterrar y honrar a sus muertos, en tener organitzaciones sociales
complejas, en establecer redes comerciales, en adornar su cuerpo y en
desarrollar el arte. Las pinturas ruprestres encontradas en algunas cuevas son
miles de años más antiguas que las de Altamira.
Se calcula que cuando los británicos se
instalaron en Australia, a finales del siglo XVIII, había unos 750.000
aborígenes, con unas 250 lenguas, algunas completamente diferentes. Pero los
británicos consideraron este continente como “terra nullius”, o sea, tierra de
nadie, y, por tanto, la ocuparon y obligaron a sus habitantes originarios a
marcharse a otras zonas. La persecución a la que se les sometió, las cacerías, como si de animales se tratara -
matarlos no estuvo castigado por la ley hasta 1920 -, y las enfermedades que el hombre blanco llevó consigo, hicieron que en
100 años de ocupación, la población aborigen quedase reducida a pequeños grupos
en el centro y norte de Australia. En la costa y en lugares como Tasmania, se
aniquilaron casi completamente. De los casi 18 millones de habitantes con los
que cuenta hoy este continente, sólo unos 300.000 son aborígenes, y sólo unos
40.000 no tienen sangre blanca.
Hasta el año 1967 no se les concedió la
ciudadania australiana, a ellos, que llevaban 50.000 años en el país. Detrás
quedaba una historia de horror, un auténtico genocidio. Durante años, los hijos
se separaban de sus padres y eran llevados a centros en donde crecían sin sus
progenitores, alejados del clan, de su cultura y su lengua, para ser educados
de manera occidental. Un auténtico drama humano, recogido y explicado con
detalle en el libro “La Generación Robada”. Después de años organizándose e
intentando, infructuosamente, y por vía legal, que se reconocieran sus
derechos, por fin lo consiguen. El gobierno australiano, presionado
internacionalmente y por grupos de ciudadanos australianos concienciados y
horrorizados por tal injusticia, acaba concediéndoles la ciudadanía, e incluso
les reconoce el derecho a reclamar la tierra de sus antepasados.
Estas muestras de buena voluntad han
quedado sólo en eso en la mayoría del país. En el estado del norte (Northen
Territory), los aborígenes han reclamado casi el 50% del suelo. Se trata de
zonas desérticas o casi desérticas y de jungla, en donde el hombre blanco nunca
se ha establecido, por tratarse de lugares inhóspitos y peligrosos. En el
estado del sur, (South Australia), han conseguido un 10% del territorio. El 8%
se encuentra en una zona desértica del norte muy contaminada por las pruebas
nucleares que los británicos realizaron allí en los años 50. En el oeste, (Western Australia), controlan
un 13%. Y en el resto de estados, Queensland, Victoria, y Tasmania, los más
poblados por el hombre blanco, la porción es insignificante y los derechos de
los aborígenes están muy limitados.
El mal está hecho y es de difícil reparación. Hoy siguen sin comprender el
absurdo de una sociedad que se considera propietaria de la tierra y que ha sido
capaz de destruirla por el simple afán de lucro. Algunos de los que viven en la ciudad dan
bastante pena, se les ve fuera de lugar, deambulando todo el día por las
calles, sentados en grupos bajo los árboles, en parques y en los bosques que
rodean las ciudades y pueblos. El alcoholismo es una plaga. La mayoría parecen
ebrios y en general son reacios a relacionarse con el hombre blanco. A pesar de
que Australia es unos de los paises con más alto nivel de vida del mundo
occidental, la esperanza de vida de los aborígenes es 22 años más corta. Por
cada 100.000 aborígenes, hay más de 1.700 en prisión. Tienen el triste record
de constituir la más alta proporción de población carcelaria del mundo.
Son la estampa tristísima de un pueblo con
una cultura milenaria del que todavía podríamos aprender muchísimas cosas, como
el respeto por la madre tierra, los animales, las plantas. Para ellos, todo
tiene una explicación. Poseen una historia para cada cosa y para cada lugar. Sus Seres Ancestrales,
aquellos que crearon el mundo, les pidieron que lo cuidasen y no cambiasen
nada. Todo debía permanecer igual. Desafortunadamente, el dios de los invasores
parecía tener otro mensaje, “Creced, multiplicaos, dominad la tierra y a todos los que encontreis por delante”.
Afortunadamente, existen algunos lugares,
remotos, en donde todavía pueden encontrarse algunas comunidades bien vivas,
que procuran preservar sus costumbres y tradiciones y todo el legado cultural
que adquirieron durante generaciones. Lugares que el hombre blanco no encontró
apropiados para establecerse, o carentes de interés para ser explotados, y que
hoy convertidos en reservas, sólo pueden visitarse con un permiso especial.
La simplicidad de su tecnología contrasta con
la sofisticación de su cultura. Religión historia, leyes y arte se integran en
ceremonias complejas que representan las actividades de sus antepasados y
dictan códigos de comportamiento y responsabilidades para proteger la tierra y
a los otros seres vivos. Sabiduría y conocimientos obtenidos durante milenios
permiten a los aborígenes sacar el máximo provecho de su medio. Un preciso
conocimiento del comportamiento animal, i del tiempo correcto para la
recolección de plantas, frutos y hierbas medicinales, les aseguran la
supervivencia, incluso en las áreas más inhóspitas del continente. Como otros
pueblos cazadores y recolectores, los Aborígenes Australianos son los
verdaderos ecologistas.
Los aborígenes australianos son un pueblo
muy pasional y sensible, en que los hombres lloran igual que las mujeres.
Hombres y mujeres son iguales, sin discriminaciones por el sexo, y duros como
las rocas, requisito indispensable para sobrevivir en ese territorio. La muerte
para ellos no tiene el significado fatídico que tiene para nosotros. Simplemente
vuelven a la tierra de donde provienen.
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